Por: Diego Chávez Cádiz
Queer (2024) es el segundo estreno este año de Luca Guadagnino tras una exitosa Desafiantes (Challengers, 2024), las que se suman a éxitos como Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name, 2017) e incluso un estremecedor remake del clásico Suspiria (2018) de Dario Argento. Para la crítica Queer está por debajo de la mencionada Desafiantes, que mantiene elementos comunes como el guion de Justine Kuritzkes (a partir de la novela homónima de William Burroughs) y también una banda sonora orquestada por la dupla Trent Reznor y Atticus Ross. Fuera de eso, la crítica también ha hablado de la gran cantidad de temas que intenta tratar y que pareciera quedan a medio filo.
La defensa de Queer se establece en cómo nos vinculamos con el resto: muchos pregonan discursos desde el ego, desde la autoprotección y que dan como resultado la idea de que algunas vidas valen mucho más que otras, lo que es una aberración. Se crítica la vida actual, la velocidad en la que transitan las personas, la poca empatía que se establece en diferentes vínculos, todas y todos estamos criticando siempre la peor versión del resto. Sin embargo, en las diversas formas de existir, hay quienes en su transitar se han encontrado con un “oasis”, tal como si caminaran por un desierto desolador, donde esta suerte de oasis también es una tregua, un refugio contra los contratiempos de la vida, como lo dice la segunda acepción de la palabra.
Lee (Daniel Craig) está intentando calzar su vida a través de contactos efímeros que terminan en malos tratos, burlas, murmullos, entre otras actitudes negativas. Estas son las respuestas de su búsqueda y no hablamos de un villano, sino de alguien noble, cándido y que derrocha amabilidad. A pesar de todo pareciera que el tiempo apremia, algo que está marcando una presión interna, su tiempo se está agotando pero no se logra observar, pero si sentir hasta en los surcos de su rostro.
Esta búsqueda del oasis es de un cuerpo cansado que necesita seguridad pero que fracasa dentro de una incomprensión que las personas no se detienen a pensar ni tampoco quieren ver. Todo esto pareciera que cambiará al conocer a Eugene Allerton (Drew Starkey). Lo que comienza con un tímido acercamiento de parte de Lee a Eugene, se transformará en un espiral de deseo, muchas veces mutuo, que se irá bosquejando con mezquindad, miedo y un amor no correspondido.
Así describe Burroughs como Lee intenta superar toda esa posible presión interna:
“[Eugene] saludó a Lee con la cabeza… Cuando Lee se apartó para ensayar su majestuosa reverencia a la antigua, lo que le salió fue una mirada lasciva de pura lujuria, arrancada del dolor y el odio de su cuerpo necesitado, y al mismo tiempo, en doble exposición, la sonrisa de simpatía y confianza de un niño dulce espantosamente fuera de tiempo y lugar, mutilado y sin esperanza.”
Cuando Craig representa esto es imposible no sentir la tristeza que está sufriendo y no sentirse representado ante la amabilidad fallida, lo que da paso a la autodestrucción haciendo de Queer una película vigente, más allá de una historia de amor, una historia sobre intentar sobrevivir a pesar de todo. Lo vigente es el problema del contacto: lo que es un aporte al debate actual sobre el desconocimiento de no saber quiénes somos, dónde pertenecemos y por qué finalmente vivimos una vida que no elegimos vivir.
El resultado de vivir a pesar de todo se retrata en la escena magistral donde Lee está solo en su casa consumiendo heroína, la que es parte del sistema de búsqueda y que finalmente aporta a su autodestrucción. Es ahí donde Queer presenta una de sus grandes reflexiones: ¿Por qué seguimos siendo amables cuando el resto de las personas no le da valor a esos actos? No tenemos realmente una respuesta para esto, pero finalmente el mundo sigue girando por personas como Lee, que hasta el final y a pesar de todo siguen en búsqueda de un oasis , aquella tregua “contra las penalidades de la vida”. El ocaso de su amabilidad se instala por un contacto único, “hablar sin hablar”, arriesgando incluso su propia integridad.