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Nosferatu: La sombra y la nueva aproximación psicosexual al mito del Conde Orlok

Nosferatu Robert Eggers 2024 Portada
En Revista Matadero pudimos ver de antemano la nueva versión de Nosferatu, escrita y dirigida por Robert Eggers, que presenta una aproximación al mito del Conde vampírico, centrándose en el elemento psicosexual inconsciente de la obra, logrando crear grandes imágenes nuevas (y hasta un inédito pero efectivo look) en el canon del personaje.

Aunque podría no parecerlo al comienzo, existe una decisión consciente en elegir hacer un remake de Nosferatu y no uno de Drácula. Si bien ambos personajes e historias se basan en lo mismo, el libro publicado por Bram Stoker en 1897, ninguna de sus adaptaciones ha seguido al pie de la letra la novela.

El director y guionista Robert Eggers explica en entrevistas que vio Nosferatu cuando tenía 9 años y lo marcó tanto que terminó haciendo una obra teatral de colegio (donde él era el Conde Orlok), a partir de ahí su fascinación con la histórica película dirigida por M.F. Murnau y estrenada en 1922 —que puede verse completa en Youtube— y que lo llevó a realizar este remake.

Desde el comienzo se nota que Eggers toma dos grandes decisiones para aproximarse a la historia: crear una obra visualmente estimulante con una paleta de colores limitada, junto con expandir el mito de Nosferatu como una criatura que responde a las pulsiones de otro personaje.

Sobre lo primero es necesario destacar al director de foto de la película, Jarin Blaschke, quien logra darle el espíritu gótico que cualquier remake de Nosferatu necesita, además de verse complementado con el excelente equipo de diseño de producción comandado por Craig Lathrop, haciendo mucho más fácil entrar en la lógica pesadillesca de la película. La falta de colores llamativos también juega en favor de crear la atmósfera necesaria para contar la historia de la macabra relación entre el Conde Orlok y Hellen Hutter.

Esto nos lleva al siguiente punto. Esta Nosferatu busca extender la mitología del personaje, algo que queda claro con una primera escena que no está en ningúna otra obra basada en Drácula, y que cimenta la idea de que la aparición del Conde Orlok en las vidas de los personajes tiene que ver con una relación que ya tenía de antemano con Hellen, la protagonista de esta historia.

Con este último paso Eggers busca hacer una relectura de la conocida historia del vampiro que atrapa en su castillo al esposo trabajador para escapar a la urbe de la civilización y seguir sus matanzas allá, haciendo hincapié en los subtextos sexuales de las obras que lo preceden, creando una analogía entre la figura del monstruo y la sexualidad reprimida de la protagonista. Si bien las leyendas de vampiros siempre ha tenido un costado sexual, Eggers lo lleva más allá, no como el diálogo que nos presentó Bram Stoker’s Dracula de Coppola, sino que como una suerte de respuesta a esa historia, consiguiendo resultados muy distintos con ingredientes parecidos.

En este punto es interesante destacar que a pesar de tener un elenco que incluye a Nicolas Hoult como Thomas Hutter, Willem Dafoe como el Profesor Albin Eberhart von Franz, Ralph Ineson como el Dr. Wilhelm Sievers y Bill Skarsgård como el Conde Orlok, es Lily-Rose Depp quien carga con el peso de la historia a través de sus actuaciones desesperadas y contorsiones salvajes, haciendo cada vez más intenso el peso del augurio que trae la eventual llegada de Orlok al pequeño poblado alemán donde residen los personajes.

Con todo esto Eggers consigue entregar una versión propia de un cuento clásico en la historia del cine de terror, tomando la icónica imagen de la sombra de Nosferatu aproximándose a su víctima y creando un símil con el concepto de la sombra de Carl Jung, entendida como un deseo anhelado por el inconsciente y renegado por el colectivo —en este caso la sociedad alemana de 1838— donde solo personas como el personaje de Anna Harding (Ema Corrin) pueden disfrutar de su sexualidad a cambio del único costo que pedía esa época: estar constantemente embarazada.

Para terminar no podemos dejar de hablar de la caracterización del Conde Orlok que hace Bill Skarsgård —quien al tener la fama de It se le podría esperar una actuación más exagerada—, quien cual sabe bajar el ritmo para que la ominosidad del personaje venga de las imágenes más que de las acciones. ¿Recuerdan que en las anteriores Nosferatu el Conde lame la sangre del dedo de Thomas cuando se corta? Aquí Eggers prefiere saltarse esa imagen, que probablemente destruiría el aura que se está creando alrededor de él, que dicho sea de paso, se presenta como un cadáver putrefacto que a diferencia de Drácula en ningún momento rejuvenece, pero que sí toma del personaje de Stoker un frondoso bigote que logra plantar una nueva imagen icónica para el canon de Orlok.

Fácilmente Nosferatu es una de las mejores películas del año, y no solo en lo que concierne al cine de terror. Como si eso no fuera poco, Robert Eggers salió airoso de hacer un remake que al mismo tiempo propone nuevas imágenes, historias y metáforas en el contexto de los personajes y de los vampiros en general —la idea de un chupasangre que te muerde en el corazón en vez del cuello es al mismo tiempo una novedad y una obviedad que funciona a la perfección—.  

Si bien tiene elementos que podrían ser criticables, como el simple viaje en barco de Orlok o un segundo acto quizás más lento, son detalles ante el tamaño de una cinta que por todos lados eclipsa sus fallos con triunfos que son mucho más grandes e imágenes que se quedan grabadas en tu cerebro. Como la sombra de Nosferatu por sobre la ciudad, las escenas que presenta Eggers se toman nuestra cabeza con un paso lento e inquietante, pero completamente inevitable.

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