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Los cuentos de amor, locura y muerte de David Lowery

A Ghost Story David Lowery
Mientras que en el terror se ha vuelto un lugar común reducir la calidad de una película a si da susto o no, quisimos llevar la conversación al trabajo del cineasta David Lowery, quien con su cine de fantasmas es capaz de demostrar por qué mientras más silente y contemplativa es una película, más terrorífica puede ser

Por: Valentina Tagle

Los fantasmas son una figura tan universal que es posible encontrarlos, de una u otra forma, en cada religión, cultura o civilización de la que tengamos registro. Estas figuras etéreas que acechan a los vivos tienen distintas manifestaciones dependiendo de cuál sea el lugar físico o espiritual desde el que se habla. Pueden ser espíritus de la naturaleza, genios contenidos en lámparas o hasta demonios disfrazados. Pueden ser almas de quienes en algún momento estuvieron vivos. Si aceptamos la existencia del alma y a la vez cuestionamos qué tan dependiente es del cuerpo, si nos preguntamos por su finitud, si pensamos que puede ser eterna… Si esta conversación ha tenido lugar no debería sorprendernos que en algún momento dentro de ella se hable de la vida después de la muerte. 

Para la tradición judeocristiana la creencia se sostiene en el mito de la resurrección que no es más que la esperanza en que el espíritu trascendará a la vida y encontrará la comunión con su Dios. Los católicos creen, además, que existe el purgatorio, un espacio transitorio de expiación previo al ascenso a los cielos. El purgatorio será el punto de partida de muchas historias de fantasmas, sin ir más allá, el pilar de todo el Terror Gótico. Por supuesto que, como en gran parte de su tradición, el purgatorio no fue una idea original del catolicismo: ya los griegos hablaban de un inframundo cuyos límites estaban llenos de grietas. 

The Haunted Mere Pintura

Las expresiones religiosas pueden ser el origen de los fantasmas, pero no son el único lugar donde podemos encontrarlos. Las historias de terror, ya sea orales o escritas, han sabido adoptarlos como parte importante de su propia mitología; después de todo, el terror es instintivo, nos mantiene alerta sobre los peligros de lo que no conocemos y qué son los fantasmas sino fragmentos de nuestra realidad que desconocemos. Y los seguidores de los Warren, la carismática pareja en la que se basa el universo de El Conjuro, podrán tratar de contradecir esto pero hasta el momento no hay evidencia científica de la existencia de los fantasmas.

Con el tiempo también la relación que tenemos con los fantasmas ha ido cambiando. Escapamos de ellos, los invocamos, tratamos de comunicarnos, hacemos altares donde les prendemos velitas, nos disfrazamos y (creemos que) emulamos su imagen. En el siglo XVIII un físico y mago belga, Robertson, desarrolló la “Fantasmagoría” un espectáculo donde se proyectaban imágenes fijas de esqueletos, demonios y fantasmas sobre un lienzo. Se cree que la “Fantasmagoría” es la responsable de la encarnación más popular de los fantasmas, un producto de estas imágenes flotantes y transparentes que atemorizaron al público entonces. El terror y el entretenimiento llevan caminando de la mano mucho más tiempo juntos de lo que imaginamos. No por nada las primeras aproximaciones del cine fueron ligadas a este género.  

Fantasmagoria David Lowery

Es en el cine que los fantasmas han alcanzado su forma más aterradora hasta el momento. Puedes estar viendo una película de ficción y olvidar por un momento que es, en efecto, ficticia. Lo que en un momento podía lograrse con maquillaje después se complementó con edición y más adelante con efectos especiales. En esta noble tradición, los realizadores entendieron que el terror era una experiencia de emociones colectivas, de gritos a coro y tomarle la mano al otro. Pero a medida que esta experiencia ha ido creciendo, también el público se ha vuelto más incrédulo, pidiendo más y más sustos, a expensas de trama y construcción narrativa. Porque el cine de terror es también una droga cuya misma dosis no tendrá siempre el mismo efecto. Y porque el capitalismo también es un “fantasma” que deambula entre nosotros, no podía esperarse otra cosa que en su fase tardía también el arte y el entretenimiento deban ser inmediatos. Los conocidos jumpscares, los sustos fáciles, son un poco eso: están ahí por un instante de emoción que se irá tan rápido como llegue la realización de que hay que volver a la monotonía de la vida. No es extraño que la calidad de una obra de terror hoy sea evaluada de acuerdo a la cantidad de “saltos” que generó. 

Otro punto en contra del “gritómetro”: no a todos les asusta lo mismo. Las mismas definiciones del terror varían según los tiempos, el lugar y las creencias. También por eso hoy el género de terror tiene tantas variantes y para todos los gustos, es un género tan antiguo como el cine mismo, y ha ido creciendo junto a él y sus avances. No todos los que han dirigido películas de terror han sido buenos directores, pero todo buen director ha dirigido al menos una película de terror. Está en la esencia misma del cine. 

The Headless Horseman

En el cine, tal como en la literatura, el terror nos enfrenta a los temores de la naturaleza humana en un espacio que no es exclusivo de los fantasmas. Así es como los kaijū, criaturas gigantes entre los que encontramos a Godzilla, pueden entenderse como una metáfora del terror nuclear, tan creciente después de Hiroshima y Nagasaki. En los aliens hay un reflejo de la paranoia anticomunista durante la guerra fría. Los slasher casi podrían ser una crítica a la sociedad puritana. Los zombies, una crítica a la sociedad de consumo. El terror de la era A24 (que no es exclusivo al estudio) tiene sus propias metáforas. Con directores como Ari Aster (religión y cultos), Jordan Peele (conflictos raciales y de clase), Robert Eggers (folclore y mitología), Julia Ducorneau (imagen y percepción corporal). Todas estas son simplificaciones, claro, pero son para demostrar que hay tanto más en el miedo que un instante de desesperación. 

En la cúspide de este ejemplo queremos ubicar a David Lowery. El director norteamericano ha tenido su buen saldo de películas independientes (“Ain’t them body saints”, “A ghost story” “The old man and the gun”) concentradas en historias folclóricas a las que pocas veces uno podría referirse como “terror”: no hay saltos, ni cuerpos desmembrados, no hay ritos ni asesinos sueltos. Al contrario, si hay algo que se puede encontrar en el cine de Lowery es silencio y contemplación. ¿Por qué, entonces, al final de sus películas se siente un escalofrío recorrerte la espalda? ¿Por qué al terminarlas es necesario prender la luz?

“A Ghost Story” (2018), una de sus películas más aclamadas, es la historia de una joven pareja que vive en una pequeña casa de la cual ella, M., se quiere ir pero él, C., se niega a abandonar. Esta tensión se mantiene en la pareja hasta que C. muere producto de un choque y despierta convertido en un fantasma, cubierto por la misma sábana que le dejó su novia al reconocerlo en el hospital. C., vuelve a la casa convertido en fantasma y, convertido en un espectador pasivo, observa a M., lidiando con su duelo. Tiempo después (imposible saber cuánto), M. se va de la casa y sigue con su vida. Incapaz de marcharse, C. presencia el desfile de nuevos habitantes que van llegando desde familias a grupos de amigos. Toda su existencia se ha reducido a un recuerdo congelado, atrapado por la eternidad, mientras que para los humanos que lo rodean el tiempo cronológico continúa haciendo tic-tac.

Y sin embargo, una vez avanzada la historia entendemos que el problema de este fantasma no es tan distinto al nuestro: todos tenemos que, eventualmente, aceptar que las cosas llegan a su fin. Nosotros también somos fantasmas de nuestras propias historias, de las relaciones que nos negamos a abandonar, de los lugares a los que ya no pertenecemos y de las batallas que perdimos hace tanto y nos negamos a rendir. Un fantasma es una especie de existencia suspendida, alguien que murió pero se niega a irse debido a algún anhelo insaciable, un recuerdo no resuelto o un apego intenso. Atrapado en este “purgatorio” deambula en espacios a los que ya no pertenece, esperando una experiencia que no puede realizar. Los fantasmas probablemente representan algo que podemos identificar dentro de nuestra mente y corazón, lo que podemos llamar un fantasma de nuestro pasado: nuestros anhelos y recuerdos incompletos.

Las historias de fantasmas son también historias de amor. Después de todo, quién sino Emily Brontë escribiría una de las historias de fantasmas más terribles del siglo XIX.  Una historia que se esconde entre los pedazos de un tormentoso romance, que supo ejemplificar como nadie había hecho hasta el momento, los efectos del trauma generacional, ese dolor que se hereda y nos encierra. Catherine, quien en vida nunca pudo aceptar los sentimientos que tenía hacia Heathcliff, vuelve después de la muerte a aterrorizarlo. En su momento denostada como novela romántica, “Cumbres Borrascosas”  fue una adelantada en el movimiento donde militan autores como David Lowery. Las historias de amor también son historias de terror. 

A medida que crecemos, los monstruos y los aliens y los vampiros pueden ir perdiendo su potencial en el terror, pero la adultez trae consigo nuevos (y más sólidos) miedos. No es de extrañar que al final del día el oficinista busque miedos esporádicos: la vida es tanto más escabrosa cuando aceptamos que todo lo que queremos es finito, incluyéndonos.

The Green Knight David Lowery

“The Green Knight (2021) es tal vez el proyecto más ambicioso de Lowery, una fantasía épica inspirada en el poema medieval “Sir Gawain y el caballero verde”, una de esas tantas leyendas artúricas sobre el honor de los caballeros. Es particularmente apegada al material original (tanto como se puede con una historia del siglo 14) pero de alguna forma logra llegar a una línea similar a “A Ghost Story”. Gawain, el sobrino del Rey Arturo, enfrenta al caballero verde, una extraña criatura hecha de ramas y hojas que lo desafia a un duelo. Creyéndose vencedor al decapitarlo, el caballero verde reclama su cabeza y le indica que dentro de un año su destino también será la decapitación. Durante un año vemos como Gawain vive sus días ignorando esta profecía y cuando llega el momento de enfrentarla busca formas de cambiar este destino, aunque nosotros entendemos que este llegará de todas maneras.

Sir Gawain no es un fantasma, pero bien podría serlo. Vive con el tiempo prestado una vida indigna, incapaz de salvar a sus seres queridos porque ellos se van morir aunque él tenga todo el poder como para creer en la vida eterna. Después de todo el verde es el color de la vida y la naturaleza, pero también de la putrefacción, la misma que terminará comiéndonos de una u otra forma, devolviéndonos a la tierra. En manos de Lowery, la historia se convierte en un proceso de preparación para un reconocimiento maduro y humilde de la propia existencia finita. Tal vez también el miedo nos vuelve humildes al recordarnos la fragilidad de nuestros cuerpos. 

Memento mori, dirán algunos.

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