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Interpol: Turn On the Bright Lights, terrorismo y una generación caliente pero depresiva

Interpol Portada Wendy Redfen
La banda estadounidense vuelve a nuestro país en el marco de una gira que celebra sus 25 años de carrera repasando sus dos primeros discos. Interpol logró con Turn On the Bright Lights una postal de su tiempo y contexto, pero en Latinoamérica el impacto fue distinto: más despacio, pero igual de profundo. Un amor cocinado a fuego lento.

“Fui a una fiesta en el departamento de Daniel Kessler. Estaba de camino a un club esa noche, y andaba con ropa full neo-sacerdote-gótico-punk, con maquillaje y falda. El pobre tipo estaba muy confundido cuando llegué. Estoy seguro que había estado diciendo: ‘¡Encontré un bajista! ¡Mi banda realmente está funcionando!’. Aparezco yo y todos ven a esta quasi-drag queen. Definitivamente lo recuerdo diciendo: ‘Así no es como lucía cuando lo encontré en clases”.

Así recuerda el bajista Carlos Dengler —en este reportaje de Pitchfork— una de sus primeras aproximaciones al guitarrista Daniel Kessler. Ambos personajes pronto estarían dentro de Interpol, que se convertiría en una de las bandas más importantes aparecidas durante los primeros años de los 2000s. A ellos se les sumaría el baterista Sam Fogarino y el vocalista Paul Banks para terminar de armar la formación que dejaría huella en la música rock del siglo XXI.

Ahora, con más de 25 años de historia a cuestas (se formaron en el año ‘97), vuelven a Chile en el marco de una gira latinoamericana en la que vienen rememorando el pasado al hacer un repaso de sus dos primeros discos: Turn on the Bright Lights (Matador Records, 2002) y Antics (Matador Records, 2004). Por lo mismo, en Revista Matadero queremos centrarnos en el primer disco de la banda y todo lo que representó a nivel emocional para las generaciones que lo descubrieron, tanto en Estados Unidos como unos años más tarde en este continente.


Vístete bien, arma bandas


Daniel, Carlos y Paul se conocieron en la Universidad de Nueva York donde se llamaron la atención de forma visual. Kessler estaba tratando de armar una banda con un amigo baterista:

Paul y Carlos no estaban buscando ser parte de una banda. Paul escribía canciones y estaba en sus planes propios; Carlos como que había dejado de lado la música.

El eslabón que une todo es el ya mencionado Carlos Dengler, un sujeto que llama la atención de Daniel, quien lo invita a tocar en la naciente agrupación, invitación que culmina en la ya mencionada fiesta en el departamento de Kessler. Por su lado, Dengler también había llamado la atención de Paul, pero por su sentido de la moda y la estética. En palabras del vocalista:

[Carlos] me había llamado la atención por completo porque lo había visto caminando por ahí con algo como un traje de monje: una polera negra pegada al cuerpo y un crucifijo. Siempre he sido fan de la gente excéntrica, así que estaba en modo: ‘Puta que amo a este hueón, tiene pelotas’ (…) Cuando hablé con Dan, él me dijo: ‘Deberías venir a ver nuestro ensayo’. Cuando llego al ensayo, abro la puerta y veo a este tipo. Me emocioné de ver a Carlos en la sala, vestido como un hueón bacán. Ya en ese tiempo estaban tocando ‘PDA” (Nota del periodista: traducción chilenizada de estos párrafos)

Cuando uno lee estas declaraciones de los miembros de la banda se comienza a vislumbrar la realidad detrás de los personajes que ahora ya conocemos como Interpol. Los trajes pulcros, las guitarras angulares, los bajos que hacían pensar en una especie de Peter Hook aún más deprimido, los ritmos claustrofóbicos, los grandes finales épicamente oscuros. Todo está pensado, como lo hacen las buenas agrupaciones. Pero leerlos hablar de forma tan real humaniza a los miembros, sobre todo ahora que pensamos en que ese primer disco sería reconocido como uno de los mejores debuts de la historia. 

La leyenda del Turn On the Bright Lights no solo llega por su música, sino que también por ser una fotografía nítida de un Nueva York en decadencia. Una idea que los estadounidenses hasta el día de hoy sostienen.

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Terrorismo transcrito en música


En el año 2000 Interpol pierde a su baterista original, Greg Drudy. Rápidamente lo reemplazan con Sam Fogarino, un experimentado músico con casi una década más de edad que el resto de la banda. Con la alineación lista, comienzan a escribir más canciones para su primer disco. 

En 2001 es el ataque a las torres gemelas y Estados Unidos cambia para siempre, y con eso sus relaciones internacionales. En Chile vimos el ataque por la televisión, como una imagen que podíamos racionalizar como un comienzo apocalíptico del milenio, pero que aún así sucedía en un lugar muy alejado. Yo lo vi en mi colegio, en mi sala de cuarto básico en una pequeña televisión. Los de Interpol lo vieron en vivo. Son ellos los que vivían e intentaban afianzar su carrera musical en una ciudad que recién había sido atacada. 

En el documental Meet Me in the Bathroom (Will Lovelace, Dylan Southern, Andrew Cross; 2022) muestran a Paul Banks recogiendo papeles caídos de la primera torre colapsada, a pasos del epicentro del ataque. Mientras se ven esas imágenes del cantante en las calles llenas de ceniza, él mismo narra cómo en ese momento no podía entender la situación, que ni siquiera pensó en que podría haber gente dentro de los edificios. La realidad llegó después, y con eso de a poco Nueva York (al igual que la banda) comienza a entender que a pesar del duelo generacional, las cosas no dejan de suceder. 

En ese contexto lanzan Turn On the Bright Lights. Todas las canciones del disco estaban escritas y terminadas antes del 11 de septiembre del 2001, por lo que es imposible culpar a Al Qaeda por la calidad lírica o musical de ese primer trabajo, pero sus 49 minutos están completamente impregnados de esa Nueva York decadente, como si el álbum fuera un destilado de la ciudad en ese momento.Las imágenes que deja el disco en sus letras no dejan de ser evocativas de esa urbe: doscientos colchones donde puedes dormir bien, el metro que parece un set de porno, las sorpresas que a veces simplemente aparecen. Todo resonó muchísimo con los gringos.

Pero hay mucho más en su música que referencias a la ciudad. Así lo demuestra la obvia canción ‘NYC’, que en una primera impresión puede parecer una oda a la misma, pero que termina convirtiéndose en una postal de una Nueva York más parecida a la que aparece en la película Escape de Nueva York (John Carpenter, 1985) que la urbe mágica que cumple sueños de la que cantan Jay-Z y Alicia Keys en 2009. 

Los noventa fueron una década cínica, y ese cinismo está por todo el disco, pero los dosmiles eran una época que desesperadamente necesitaba esperanza (solo basta recordar cómo los medios musicales buscaban incansablemente a la nueva banda “salvadora del rock”), y esa mezcla termina entregando letras que pueden pasar de la seriedad máxima al cinismo puro sin cambiar el tono. Probablemente, hasta el día de hoy, esa es una de las razones por las que más se recuerda esta colección de canciones.


Latinoamérica está caliente y deprimida


Los gringos no pueden escuchar este álbum sin pensar en Nueva York. Eso es un hecho. Cuando el álbum cumplió diez años en 2012, muchos medios anglo hicieron reseñas y recapitulaciones, y absolutamente todos hablan del 11 de septiembre del 2001 como algo que no puede separarse de este trabajo.

En Latinoamérica fue diferente. Interpol siempre tuvo fans en Chile, algo no muy sorprendente si pensamos en lo muy apagados emocionalmente que somos como país en relación al resto de Latinoamérica. La diferencia con el mundo anglo es que acá su música se masificó en el tiempo.

Recuerdo ver el video de ‘Obstacle 1’ en la tele bastante seguido. Después cuando lanzaron Antics uno no podía escapar del video de ‘C’mere’ y con más suerte podías ver el de ‘Evil’. Pero fue recién con el lanzamiento de su tercer disco, Our love to Admire (Capitol, 2007) que sus canciones sonaban constantemente en la radio: ‘The Heinrich Maneuver’, ‘Rest My Chemistry’ o ‘No I In a Thressome’ eran ineludibles. Como buen hombre de mi tiempo, yo los descubrí cerca del 2005 a través de un videojuego pirateado (FIFA Street 2) que tenía ‘Slow Hands’ en su soundtrack.

Cuando Interpol estaba lanzando sus primeros trabajos, nuestro país estaba ciego ante otros tipos de oscuridad anglo, aproximaciones más juveniles como The Rasmus, Evanescence y My Chemical Romance. Interpol estaba al otro lado, al lado de los indies nacientes (el mal llamado post punk-revival, para ser más exactos).

Cuando lees reseñas latinas del disco —en su mayoría escritas años después de su publicación— lo que más llama la atención es lo mucho que te remarcan que el sonido es “oscuro” y las letras “misteriosas”. Si bien los gringos pudieron ver a Interpol crecer, en el mainstream latino (donde quedan fuera los melómanitos latinos que los escuchan desde sus comienzos) los conocimos ya más o menos claros en cuál era su camino: trajes, voz baja, misterio y oscuridad a partes iguales, y (tan importante como todo el resto) un vocalista mino.

Si la mayoría los conoció más por el tercer disco, escuchar sus trabajos anteriores viene a ser algo parecido a ver la foto de adolescente de tu pareja actual. Una parada en la historia de la persona (o banda) de la que te enamoraste ahora, años después.

Cuando le pregunto a la gente de mis círculos, normalmente la historia se repite: alguien les presentó su música. Aún más interesante: muchas veces una ex pareja. Esto hace pensar en que la banda no solo fue adoptada por góticos y depresivos de primera línea, sino que también por la comunidad horny de mediados de los dosmiles ¿Es Interpol música para culiar? Al menos en nuestro continente lo es. Quizás también para deprimirnos ¿Pero qué más humano que estar deprimido y caliente a la vez?

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Post Interpol-Revival


Con el tiempo, Interpol fue perdiendo su novedad. Después del cuarto disco (el homónimo de 2010) Carlos Dengler se fue de la banda, y con él también se fueron los intrincados bajos llenos de personalidad que ejecutaba. Si bien hasta el día de hoy el tono del bajo de Interpol sigue siendo el mismo, su forma de ejecución no lo es (es cosa de comparar las líneas de bajo de cualquiera de sus primeras canciones con alguno de sus últimos singles). Fuera de eso, el resto se mantuvo bastante parecido.

En nuestro continente Interpol fue ganando fans y reconocimiento pero llegando hasta cierto techo. Es cosa de pensar en sus conciertos en el país: su primera vez aquí fue, precisamente, con la gira de Our Love to Admire que los trajo al Teatro Caupolicán en 2008. Después de eso, todos sus conciertos han sido en el mismo recinto (exceptuando sus apariciones en festivales) y eso incluye el show que darán al final de la próxima semana. 

Esto no es una crítica, sino más bien un hecho factual que demuestra que Interpol no es una banda para todos, pero que cuando junta a sus fans puede lograr despertar sentimientos muy poderosos. Mal que mal, probablemente hayas visto a Interpol antes con más de la mitad de las personas que irán de nuevo a verlos. Si bien nosotros no somos gringos para vivir el contexto con el que fue creado Turn On the Bright Lights, la mezcla que lograron crear resonó muchísimo en nuestras tierras, solo que de forma distinta y más tardía. Un amor cocinado a fuego lento.

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