Por: Valentina Tagle
Hace unas semanas finalmente me puse al día con Babylon (2022), la última película del galardonado cineasta Damien Chazelle. Con críticas mixtas, un aparente fracaso en taquilla y más de tres horas de duración, el largometraje tenía la reputación de ser el más polémico del joven director. No fue una sorpresa, entonces, que para mí también resultara ser una experiencia conflictiva pero, dispuesta a darle la oportunidad de una segunda lectura, me dirigí a la fuente de discusión académica más popular del mundo moderno, Youtube, con la intención de encontrar material que me convenciera que había razones para considerarla una buena película o, como mínimo, que me explicara por qué a alguien le podría haber gustado.
El primer video que me apareció pertenecía al canal FilmSpeak. Griffin Schiller, quien está a cargo de la conducción, no escatima en halagos para la película sobre todo por la mala acogida que esta ha tenido. Es más, no teme señalar que considera a Damien Chazelle “uno de los cineastas más cautivadores del siglo XXI”. Pero, antes de continuar su arenga, se detiene a saludar a la marca que lo auspicia en esa ocasión, una práctica habitual entre quienes se dedican a mantener un canal monetizado en esta plataforma.
“¿Tienes problemas trayendo tus más increíbles e artísticas ideas a la vida?”, comienza, “déjame contarte sobre ‘Wonder’”.
“Todo lo que tienes que hacer es introducir un prompt, elegir un estilo de arte y ver como Wonder la trae a la vida en segundos”.
Entiendo en ese momento que Wonder es, en efecto, otra aplicación de Inteligencia Artificial que ofrece todas las facilidades que la era tecnológica podría prometer: pasar del texto a la imagen, sin siquiera tener que registrarse.
“¡Es casi imposible creer que esto no fue creado por un artista humano!”, exclama Schiller.
Y es que la Inteligencia Artificial (digámosle IA desde ahora) lleva poco tiempo entre nosotros como un “bien público”, ya que hasta hace tan solo unos años ese tipo de tecnología no estaba disponible para nosotros en otra forma que no fuera el género de ciencia ficción o en unas pocas aplicaciones para tu smartphone. Hoy, sin embargo, se encuentra en todas partes y cada vez abarca más aspectos de nuestra realidad en la que puede ser utilizada para facilitar las tareas tediosas del día a día. Desde responder correos electrónicos a la elaboración de cartas de postulación que aseguren el éxito, de transformar pinturas históricas en fotografías realistas a escribir novelas de misterio… No, espera ¿qué?
Retrocedamos un poco. Schiller presenta a Chazelle como un cineasta cautivador, creativo y rupturista, todas estas características que él mismo le celebra. Esta idea la interrumpe presentando una aplicación que supuestamente te permitiría a ti también desarrollar tus ideas creativas. Desconozco si era la idea de Schiller hacer una relación entre ambos puntos o fue simplemente un puente que creó de forma inconsciente, pero el resultado no puede sino ser irónico. Porque al mismo tiempo que celebra la creatividad de un sujeto (sujeto que, a la vez, acaba de lanzar una película acerca del paso del cine mudo al sonoro mediante la implementación de nuevas tecnologías, modalidad que dejó a muchas estrellas del momento relegadas al pasado) te propone que para ser creativo puedes utilizar una herramienta que te ayudará a facilitar el proceso a través de básicamente eliminar la palabra clave de la oración: el proceso.
Artistas de todos las áreas pueden estar teniendo esta conversación ahora mismo. ¿En qué momento pasamos de celebrar las habilidades de un artista a presentar una salida fácil a uno de los problemas más antiguos del desarrollo humano? ¿Es esta la respuesta a un problema? ¿La solución a un problema tedioso? ¿Es el proceso creativo un problema tedioso? ¿Debería tener una respuesta simple?
¿Qué es eso a lo que le llaman Inteligencia Artificial?
Pero antes de seguir sería bueno que aclaráramos a qué nos referimos cuando hablamos hoy en día de Inteligencia Artificial. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) define las IA como sistemas capaces de procesar datos e información de una manera que se asemeja a un comportamiento inteligente, y abarca generalmente aspectos de razonamiento, aprendizaje, percepción, predicción, planificación o control.
Por su parte, en la mayoría de los sitios que trabajan con o en relación a las IA se puede encontrar una definición similar, donde la IA funciona combinando grandes cantidades de datos con un procesamiento rápido e iterativo y algoritmos inteligentes, lo que permite que el software aprenda automáticamente de patrones o características en los datos.
Para los mortales, esto significa más o menos que todos los datos existentes en el ciberespacio pueden ser procesados de alguna u otra manera por las AI. Open AI es una de las compañías de investigación sobre inteligencia artificial más vanguardistas del momento, encontrándose detrás de programas tales como Chat GPT y Dall-e, dos de los más ocupados hoy en día. Entre sus fundadores se encuentra nada más ni nada menos que Elon Musk, empresario, millonario, dueño de Tesla, Twitter y primera bandera roja que encontraremos en este recorrido. Compañías como Open AI promueven la ‘democratización’ de las AI, esperando que estas puedan estar disponibles para todo el público, señalando que a la vez no son con fines de lucro.
Con esto en conocimiento, lo siguiente sería preguntarle a una de estas IA cómo se vería, por ejemplo, la Patagonia pintada por el artista neerlandés Vincent Van Gogh y recibir una imagen bastante certera de lo que el artista, fallecido hace ya más de 200 años, hubiera realizado en caso de venir al fin del mundo de vacaciones ¿o no? Y qué tal si le preguntamos al Chat GPT que nos cuente lo que que pasó en la Guerra del Pacífico pero como si fuera Ernest Hemingway quien la estuviera narrando. Probablemente tendríamos como resultado un relato centrado en la naturaleza árida del desierto y la valentía del soldado en busca de una honorable muerte.
En la práctica, suena como un ejercicio inofensivo. Pero ¿qué pasa cuando no lo es?
Clarkesworld es una revista estadounidense online de fantasía y ciencia ficción que ha publicado a connotados autores dentro del género. Una de las características que la hace destacar de otras es que se trata de una de las pocas editoriales con pago que hace llamados públicos para nuevos escritores. Este año, sin embargo, tuvieron que cerrar temporalmente el recibo de historias debido a un aumento sustancial de escritos plagiados, presuntamente hechos mediante una IA como Chat GPT.
Según contó el editor en jefe, Neil Clarke, en una entrada para su blog, la editorial recibe al mes cerca de 10 escritos con plagios pero para febrero de este año tuvieron que rechazar cerca de 500 escritos. Clarke asegura que no es algo que le esté pasando sólo a Clarkesworld, sino que se trata de un fenómeno mucho más grande de la cultura instaurada actualmente que promueve ganar dinero fácil y rápido.
“Lo que quiero decir con eso”, dice Clarke en su entrada, “es que hay un interés honesto en ser publicado, pero no en tener que hacer el trabajo real”.
En septiembre del año pasado, Jason M Allen fue el ganador de la Feria de Arte del estado de Colorado en la categoría “Artistas Digitales Emergentes”. La imagen ganadora se realizó utilizando Midjourney, un sistema de IA similar a Wonder que permite crear imágenes simplemente ingresando algunas indicaciones de texto. El resultado fue polémico pero Allen no se inmutó: «Se acabó. Ganó la IA. Los humanos perdieron», le contó al New York Times. Un statement político o simplemente una respuesta premeditada, Allen ganó 300 dólares y la furia de los artistas no tardó en llegar.
¿Herramienta o amenaza?
Con la meteórica popularidad de las IA, las discusiones éticas sobre su uso no han tardado en surgir. Quienes se dedican al trabajo artístico o intelectual se preguntarán si esto los relegará a un segundo plano, detrás de una herramienta cuyo producto puede adquirirse con mayor rapidez y volumen, los dos valores más preciados hoy en día en nuestra sociedad.
Comentarios en la entrada de Clarke discuten que el Chat GTP puede ser útil para bloqueos creativos, haciendo sugerencias o correcciones. Emad Mostaque, fundador de Stable Diffusion, dice para la BBC que su proyecto (una IA que genera imágenes digitales o fotorrealistas a partir de texto) es una herramienta tal como el software de hoja de cálculo Excel de Microsoft, el cual «no dejó sin trabajo a los contadores, todavía les pago». En esta misma entrevista sugiere que los artistas pueden encontrar oportunidades utilizando la nueva tecnología.
«Este es un sector que va a crecer enormemente. Gana dinero con este sector si quieres ganar dinero, será mucho más divertido».
En efecto, cada vez más se está promoviendo el uso de la IA como herramienta para creativos en contraposición a ideas más apocalípticas como la de Allen que anticipan el fin del arte como lo conocemos. Finalmente, con la llegada de la fotografía la pintura en óleo no murió, y con la llegada de los celulares con cámara la fotografía tampoco murió. La necesidad por el trabajo realizado por artistas seguirá existiendo y tal vez la discusión debería centrarse más hacía qué condiciones estos artistas tendrán que enfrentar en adelante. Después de todo, las IA están hechas a partir del trabajo de personas de carne y hueso, están “entrenadas” en millones de imágenes creadas por humanos. Se trata de una discusión tan nueva como el algoritmo que la motivó.
La ONG Amaranta, una organización chilena dedicada investigar, formar, capacitar, asesorar y producir conocimiento en temáticas de Género, Tecnología, Diversidades y Derechos Humanos, compartió en sus redes sociales unas infografías bastante explicativas señalando que las IA no son perjudiciales o beneficiosas por sí solas, ya que siempre dependen del usuario y por esto hay que enfatizar en la educación respecto a su uso dentro de la cotidianeidad.
“Una mirada desde la ética nos permite que estas inteligencias sean provechosas y útiles para los seres humanos”, señala en esta publicación.
Como hoy sabemos las IA tiene desperfectos reconocibles, como deformidades en las extremidades en el caso de las imágenes, pero basta con que una de estas se viralice para que aquellos desperfectos se pasen por alto y sean considerados como un producto humano. Con la misma facilidad en la que pueden ayudarte con tu tarea de inglés pueden convencer a tu tío que se que se informa por Facebook que el presidente Gabriel Boric se tatuó la cara de Giorgio Jackson en el cuello.
En Estados Unidos el departamento dedicado a los derechos de autor (US Copyright Office) aclaró que las imágenes creadas mediante IA no podían ser inscritas a menos de que se pudiera comprobar, de alguna manera, que un ser humano puso una cantidad significativa de esfuerzo creativo en el contenido final. En esencia, una IA está elaborando a partir de material que ya existe y por ende su producto podría ser considerado técnicamente como un plagio.
Se trata de una discusión que sigue evolucionando día a día, en especial con el constante aumento de aplicaciones que se alimentan de las IA. Antes de permitir que esta ramificación nos agobie, lo que corresponde es sentar las bases sobre lo que creemos que debe ser indiscutible al momento de tratar de abarcar esta conversación y en este caso eso sería la autoría del material que estamos utilizando.
Como audiencia crítica podemos considerar el producto final como una creación de la IA tanto como de un artista plagiado por ésta, siempre reconociendo que el titular de la obra no puede ser quien dio la orden a la IA, porque tener una “idea”, por más increíble y artística que sea (como diría nuestro amigo de FilmSpeak) no es un equivalente a llevarla a cabo. Ya sea una herramienta o una amenaza para el trabajo de un sector importante de la población, es justo dejar claro que aquella imagen que generaste mediante el uso de una IA no es un dibujo tuyo.
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