Superman: cuando ser optimista es ser punk 

Superman 2025 James Gunn DC Portada
El director de Guardianes de la Galaxia entrega una versión renovada de Superman que apuesta por el optimismo y los valores clásicos del héroe más icónico de DC, alejándose del tono oscuro y distante de adaptaciones recientes. Una película que, sin ser perfecta, emociona al poner la decencia en el centro de la narrativa superheroica.

Uno de los mayores errores de Zack Snyder —a mi juicio— en su visión de Superman fue concebirlo desde su lejanía con la humanidad y verlo como un semidiós (que claro que lo es) cuyo arco argumental se basa más en sus diferencias con la raza humana, que aquellas similitudes que lo conectan con esta. 

Porque si Superman es algo, es humano. Un pináculo de valores optimistas y positivos que lo definen todavía más que su fuerza, su visión láser o la capacidad de volar. Superman es un ícono de bondad, de esa que también es cursi, pero con orgullo: un Superman que con gusto usa sus calzoncillos rojos, tiene tiempo para salvar animales, evita decir groserías y cuenta con el poder de proteger al mundo en segundos.

Características que, para el alivio de muchos, fueron utilizadas en la recién estrenada Superman (2025) de James Gunn, director ya conocido en los círculos comiqueros por sus versiones de Guardianes de la Galaxia (2014) y de Suicide Squad (2021).

En un panorama cinematográfico donde los superhéroes de DC han tendido hacia la oscuridad, la introspección y el trauma como motor narrativo, Gunn se atreve a tomar una ruta distinta. Su apuesta no es por un Superman dolido ni por una epopeya existencial sobre el peso de la responsabilidad. Su apuesta es por la esperanza, por la bondad y lo que podría parecer una propuesta ingenua o incluso anticuada, se revela como una de las decisiones narrativas más refrescantes de los últimos años, en medio de la fatiga superheroica.

No es una película sin errores, para nada, tampoco es de esas épicas donde se juega el destino del universo. Pero para los fans y para quienes quieren pasar un buen rato, es perfecta.

Uno de los logros, aunque ha generado opiniones divididas, es que el film parte al estilo in media res, es decir, la historia ya está corriendo. Gunn no se detiene a explicar el fin de Krypton o la infancia de Clark Kent en Smallville. En los primeros cinco minutos un breve texto en pantalla contextualiza lo esencial y la historia arranca sin rodeos. Es una decisión inteligente: en un mundo donde Superman ha sido adaptado una y otra vez, y donde su historia ya forma parte del imaginario colectivo, insistir en la génesis era innecesario. 

Gunn confía en la cultura pop, y más importante aún, confía en su audiencia.

Y es que un personaje cuya primera aparición fue en 1938, que cuenta con diversos contenidos audiovisuales —donde brilla aquel Superman (1978) de Richard Donner—, no necesita más presentaciones. 

Desde esa perspectiva Gunn arma su película, lejos de la obra de Snyder. Su Clark Kent es dulce, tímido, torpe, como debe ser un buen Clark, y su Superman es tan positivo que a su Lois Lane le produce diabetes —y también enamorarse, obviamente—. 

Desde su concepción, el Superman de Gunn es una declaración de principios. A diferencia de la versión desarrollada por Snyder, que presentaba a un Clark Kent distante, divinizado, más preocupado por su lugar en el cosmos que por su vínculo emocional con la humanidad, esta nueva encarnación recupera el corazón del personaje: su humanidad (y también recupera a Jonathan Kent de forma perfecta). 

Superman no es especial solo porque puede volar o disparar rayos láser por los ojos. Es especial porque elige, todos los días, hacer el bien, aun cuando lo acusan de ingenuo, aun cuando cree que realmente puede detener una guerra, un genocidio, solo por destruir unos cuantos armamentos. Y qué bien lo hace David Corenswet al encarnarlo —y no hay mejor prueba que cuando explica por qué está bien que ocupe sus calzoncillos—.

Porque cree que vale la pena salvar el mundo, incluso cuando ese mundo parece no querer salvarse a sí mismo.


Un desarrollo al estilo comiquero


La estética de la película también refuerza esta filosofía que recuerda perfectamente a la edad de plata de los cómics, sin vergüenza del uso más fantástico de la ciencia ficción. Con colores brillantes, el diseño de producción remite a una Metrópolis con sensibilidad contemporánea, pero que bien podría haber salido de una viñeta, lo que se suma a una banda que sonora mezcla composiciones originales con guiños a los temas icónicos de John Williams, en una suerte de homenaje sin caer en la nostalgia vacía. Es una película que quiere emocionar, no con grandes efectos especiales o batallas colosales, sino con lo que representa Superman: la posibilidad de un bien porque sí.

Lois Lane, interpretada con solidez por Rachel Brosnahan, funciona como un contrapunto perfecto. Sarcástica, brillante y pragmática, es quien desafía y admira a Superman en igual medida, y quién siempre estará ahí para salvarlo, aun cuando no concuerde al ciento por ciento con él.

Y como no mencionar al delicioso Lex Luthor de Nicholas Hoult, quien parece ser la definición más clara de un #hater. Su motivación es clara: odiar a Superman, odiar su bondad, su necesidad de hacer el bien sin motivo oculto. Es sin tapujos una parodia de los billonarios que hoy nos guían hacia la distopía del futuro, y una excelente encarnación del némesis más conocido del Hombre de Acero.

Lo que sigue es una historia que no pretende reinventar la rueda, pero que sí busca recalibrar lo que significa ser Superman en 2025. Y lo hace desde lo cotidiano, desde los pequeños gestos que buscan inspirar esperanza. En un panorama dominado por antihéroes, sarcasmo y violencia estilizada, este retrato resulta casi provocador. Gunn entiende que, en el contexto actual, ser amable puede ser difícil y que ser optimista cuando el mundo es cínico, es un acto de rebeldía.

Superman es woke: así lo han acusado los bandos más conservadores, sin comprender que, desde sus inicios, el Hombre de Acero siempre ha sido woke. No por nada su villano más conocido es un billonario. La película de Gunn, sin convertirse en un manifiesto político sin subtexto, tiene una clara tesis con carga política: por algo los sionistas se han sentido identificados en la película y la han criticado por estar en contra del genocidio de Palestina… aun cuando Israel y Palestina —o Rusia y Ucrania— nunca son mencionados.

Es que Superman se inspira en lo que ocurre hoy, en las dolencias del mundo actual para apuntar con el dedo cuando se necesita acción y esperanza, no solo buenas intenciones y el deseo por un mundo mejor. Es, ante todo, una carta de amor al personaje y de respeto a sus fans. Una celebración de su legado y una reafirmación de su vigencia. 

En un momento donde la cultura popular parece obsesionada con la deconstrucción de los héroes, James Gunn elige reconstruir. Y en ese gesto, ofrece algo radical: una película que cree, con sinceridad, en la posibilidad de la bondad.

Un Superman que siempre defenderá su optimismo, ¿pero qué es más punk en un mundo frío que ser gentil?

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