En los últimos años, Mo Dao Zu Shi (MDZS) —también conocida como The Grandmaster of Demonic Cultivation o el Fundador de la Cultivación Demoníaca— ha ganado un público fiel fuera de China gracias a sus múltiples adaptaciones: manhua, donghua, audio dramas y, especialmente, la exitosa serie live-action The Untamed.
Sin embargo, en algunos sectores aún persiste un estigma injusto: el prejuicio de que se trata simplemente de un danmei —historia china de amor homosexual— sin mayor valor literario. Es una mirada superficial que no solo subestima el contenido de la obra, sino que también impide a nuevos lectores descubrir una de las novelas de fantasía más inteligentes y complejas de los últimos años.
Y aquí reconozco sin pudor que era una de esas lectoras. Si bien soy una nerd apasionada que ha estado en distintos fandoms y no reniego de ships como Kirk y Spock de Star Trek, miraba por encima del hombro a este tipo de literatura y la asociaba a contenidos de alto valor erótico, pero carentes de inteligencia.
Llegué a MDZS por el interés de una queridísima sobrina quien me convenció de darle una oportunidad, y como me llamaba la atención su gigantesco éxito a nivel global, lo hice y no me arrepiento de nada. Es una novela rica, profunda y comprometida con temas universales como la guerra, el genocidio, la desigualdad social y la lucha entre la moral individual y el poder institucionalizado.
Escrito por Mo Xiang Tong Xiu —apodo de la anónima autora—, el libro se enmarca en el género xianxia, que mezcla la fantasía, la filosofía taoísta y las artes marciales. Pero reducirla a eso es perder de vista su núcleo más importante: MDZS es una reflexión constante sobre qué significa hacer lo correcto cuando el mundo entero castiga al que se atreve a pensar distinto y más si es alguien que carece de poder social.
Ambientada en un mundo ficticio donde existen clanes de cultivadores espirituales dedicados a la caza de monstruos, la purificación de energías oscuras y el mantenimiento del equilibrio espiritual, MDZS sigue la historia de Wei Wuxian, un joven brillante e irreverente que revoluciona las reglas del cultivo al desarrollar un camino alternativo y hereje: el cultivo demoníaco mediante el uso de zombies y fantasmas. Un camino que lo lleva a convertirse en el mayor de los enemigos de las grandes sectas, un verdadero demonio —o eso es lo que nos dice la historia oficial—.
Años después de su celebrada muerte, Wei Wuxian regresa al mundo de los vivos reencarnado en el cuerpo de otro joven marginado, lo que lo lleva a reencontrarse con antiguos aliados, enemigos y, sobre todo, con Lan Wangji, un cultivador justo, silencioso y honorable que fue su supuesto enemigo en la juventud. Juntos comienzan a desentrañar una serie de misterios que conectan el pasado con el presente, revelando verdades enterradas, injusticias silenciadas y secretos que aún afectan al mundo de las sectas.

Una combinación perfecta de géneros
Guerra, intriga política, humor, romance, novela juvenil e incluso terror –los zombies son un imperdible, en especial cuando se trata de un ejército–. MDZS logra combinar diversos géneros literarios sin perder cohesión ni profundidad: comienza con un misterio al presentar la reencarnación de Wei Wuxian y su implicancia en un cuerpo ajeno, sumado al descubrimiento de un cadáver incompleto cuya identidad y origen activan la investigación que recorre buena parte de la historia.
A este hilo detectivesco se superpone una densa capa de intriga política al estilo Game of Thrones, donde alianzas entre sectas, traiciones y luchas de poder determinan el destino de quienes lideran. Al mismo tiempo, la novela no deja de ser una historia épica de guerra y venganza, con una campaña militar sangrienta contra la dominación del Clan Wen y, posteriormente, la aniquilación de sus sobrevivientes.
Pero también hay espacio para el clásico coming of age: el enfoque en los discípulos jóvenes, sus interacciones, aprendizajes y lealtades, aporta un aire que contrasta con la oscuridad del resto del relato. Y no se puede restar cómo, entre todo ese caos, florece el romance entre Wei Wuxian y Lan Wangji, cuya construcción lenta y emocional da un respiro dentro de una historia marcada por el conflicto y la pérdida.
Además, la novela cuenta con una llamativa estructura que alterna de forma fluida dos líneas temporales: el presente y el pasado. Se trata de una técnica que entrelaza los recuerdos con la acción actual que no solo permite descubrir lentamente los eventos que llevaron a la caída a Wei Wuxian en su primera vida, sino que también intensifica el impacto emocional de cada revelación y cada sospecha que termina siendo falsa o real.
Así, en lugar de entregar toda la información de forma lineal, la autora elige construir la historia como un rompecabezas, en el que cada capítulo del presente despierta nuevas preguntas y cada fragmento del pasado entrega piezas clave para comprender el conflicto central, aún cuando varios misterios quedan sin respuestas. Este juego le da a la novela una riqueza dramática particular porque los momentos del pasado no son solo explicaciones, sino ecos que resuenan con las decisiones y emociones del presente.
Wei Wuxian: un héroe incorruptible en tiempos corruptos
Wei Wuxian es, sin duda, uno de los grandes aciertos y una de las razones por las que la novela destaca tanto. Carismático, brillante, provocador y profundamente humano, Wei Wuxian es un protagonista que escapa de los estereotipos. A primera vista, su irreverencia y actitud despreocupada pueden parecer frívolos, pero en realidad son una armadura frente a un mundo que no ha sido amable con él.
Su monólogo interno está lleno de sarcasmo, agudeza e intuición, pero sobre todo, un nivel de humor que permite conllevar las grandes tragedias de la historia, que hace reír incluso en los momentos más crueles. Además, Wei Wuxian es inteligente no solo en combate, estrategia o por sus invenciones, sino con su percepción: sabe leer a las personas, detectar inconsistencias, y responder con una mezcla de astucia y compasión. Lejos de ser perfecto, su carácter impulsivo y su tendencia a ocultarse con bromas lo hacen entrañable y real.
Lo que hace a Wei Wuxian más entrañable es su rectitud moral y es que en cada decisión que toma, tanto en su primera como segunda vida, el camino que elige está marcado por lo correcto, incluso cuando eso lo convierte en enemigo del sistema. No es casualidad que sea condenado por salvar a los más vulnerables y es que en un mundo marcado por la destrucción, su decisión es un acto de justicia radical.
La novela no teme hablar de genocidio. El exterminio sistemático del clan Wen no es un trasfondo, sino uno de los ejes éticos de la trama. Mo Xiang Tong Xiu no presenta ese acto como un simple desenlace de la guerra, sino como un espejo incómodo de los actos de las «sectas justas» que corresponden a las élites que gobiernan el mundo y que son quienes deciden quién merece vivir y quién no, siempre preocupadas por mantener el status quo.
La autora introduce una crítica potente a la idea de justicia basada en la autoridad. ¿Quién define qué es correcto cuando el poder está concentrado en manos de pocos? ¿Qué valor tiene la ley cuando se aplica con sesgo? A través de Wei Wuxian y su destino, la novela muestra cómo la moral verdadera suele estar en desacuerdo con lo que dictan las élites.
Este conflicto se entrelaza también con el tema del clasismo. Las sectas, divididas en grandes y menores, reproducen estructuras de poder similares a las de una aristocracia feudal. Los cultivadores de grandes sectas tienen acceso a conocimiento, recursos y prestigio, mientras que los huérfanos, campesinos y víctimas de guerra apenas sobreviven. En ese contexto, la elección de Wei Wuxian de salvar a los Wen sobrevivientes y de seguir utilizando un camino de poder distinto al sistemático no es solo una herejía espiritual, es una amenaza a un orden social que se sostiene en la exclusión.
La reacción violenta de las demás sectas revela el temor a que los marginados adquieran poder. MDZS denuncia, sin decirlo abiertamente, cómo el control del saber ha sido históricamente una forma de perpetuar la desigualdad. Más cuando la novela muestra que las mismas sectas roban las obras e invenciones de Wei Wuxian para utilizarlas con fines propios.
Otro aspecto relevante y que dialoga con problemáticas contemporáneas, es cómo la obra aborda el tema de las mentiras, la manipulación de la información y la construcción de una versión falsa de los hechos mediante la posverdad o incluso fake news: la importancia que tiene el relato comunicacional para quienes están en el poder.
La figura de Wei Wuxian es el ejemplo más claro porque tras su muerte, su historia es reescrita por quienes vencieron, convirtiéndolo en un villano despiadado, practicante de artes prohibidas y responsable de tragedias que nunca causó. La narrativa oficial lo demoniza, borrando su humanidad, sus motivaciones y sus actos de compasión. Más aún, oculta la corrupción de las propias sectas y su participación en un genocidio y la deshumanización de los más vulnerables.
Esta distorsión enfatiza que el poder no solo se ejerce con armas o leyes, sino también con el control del discurso público. La novela plantea una crítica poderosa a la facilidad con que una sociedad puede construir monstruos a conveniencia, alimentando el miedo y el odio en lugar de buscar la verdad —cabe destacar que hacia el final, el relato cambia de villano, pero se mantienen las mismas falacias con tal de controlar el status quo—.
Uno de los recursos narrativos más interesantes de MDZS es la construcción de paralelos entre Wei Wuxian y algunos de los villanos de la historia, los que funcionan como espejos oscuros que reflejan lo que él podría haber sido bajo otras circunstancias. Muchos de estos antagonistas —como Xue Yang o Jin Guangyao— comparten con Wei Wuxian elementos clave de su origen: la orfandad, la pobreza, el rechazo social o la falta de oportunidades dentro del rígido sistema de sectas.
Sin embargo, donde Wei Wuxian elige la justicia moral, otros eligen la destrucción, la manipulación y la hipocresía. Wei Wuxian no es un héroe porque haya tenido una vida fácil o privilegios, sino precisamente porque, en medio del abandono y la ignominia, escoge una y otra vez el camino más difícil: el hacer el bien, incluso cuando no hay recompensa.

Subversión del héroe y un lento romance
En esa línea, MDZS subvierte el arquetipo clásico del héroe. En la primera vida de Wei Wuxian, se deconstruye la narrativa tradicional del “héroe que triunfa”, al presentar a un protagonista que, pese a actuar con integridad moral y valentía, lo pierde todo. Wei Wuxian muere solo, odiado, traicionado y calumniado, mientras aquellos a quienes protegió son exterminados sin que quede rastro de su sacrificio.
Peor aún, las sectas responsables del genocidio son ensalzadas como las heroicas vencedoras, reescribiendo la historia a su favor. Esta estructura no solo genera una profunda carga emocional, sino que también lanza una crítica frontal al relato oficial de “los buenos contra los malos” que domina muchas obras de fantasía. Aquí, el héroe no es premiado, sino que castigado por pensar distinto y por atreverse a actuar según su conciencia.
Su recompensa, finalmente, llega en su segunda vida donde, tras misterios y malentendidos, Lan Wangji se une a su camino. Y es que MDZS utiliza su historia de amor —discreta, dolorosa y bastante explícita cuando por fin se concreta— como contrapunto a un mundo brutal. El vínculo entre Wei Wuxian y Lan Wangji no es el eje central, pero sí el corazón emocional de la obra: representa la esperanza de que alguien vea más allá del estigma, de que aún hay personas que creen en la justicia incluso cuando el mundo entero elige el castigo.
Lan Wangji, con su serenidad e integridad, es la voz silenciosa que se niega a condenar lo que otros llaman maldad, simplemente porque lo dijo una mayoría. Su amor por Wei Wuxian, el que una vez ocultó —hasta que fue demasiado tarde y ya no pudo salvarlo de una muerte inevitable—, no es transgresor solo por ser entre hombres, sino porque es una afirmación profunda de libertad individual frente al peso de las expectativas sociales.
A lo largo de la novela, Lan Wangji se convierte en el único personaje que ve, con claridad y sin prejuicio, quién es realmente Wei Wuxian. Su cariño no nace del escándalo ni del deseo inmediato —o no solo eso, respecto a esto último—, sino de una admiración profunda por su espíritu libre, su sentido de la justicia y su compasión por los otros.
En contraste, Wei Wuxian, más extrovertido y acostumbrado a ser juzgado o malinterpretado, tarda mucho más en reconocer que alguien como Lan Wangji podría amarlo tal como es, lo que suma a una serie de malentendidos que son fantásticos para quienes gustan de la buena comedia romántica —en su primera y segunda vida—. La relación entre ambos se vuelve una afirmación de que el amor es aquel que persiste en medio de la incertidumbre y las mentiras, que resiste el paso del tiempo.
En MDZS también es relevante el papel que juega la juventud, representada por los discípulos adolescentes de las distintas sectas, especialmente los que conocen a Wei Wuxian después de su regreso como Mo Xuanyu. Son ellos —como Lan Jingyi, Jin Ling y, sobre todo, Lan Sizhui— quienes observan con ojos nuevos, libres de los prejuicios y el adoctrinamiento que dominaron a sus mayores.
A diferencia de las generaciones anteriores, no temen hacer preguntas incómodas, reconocer actos de injusticia o cuestionar la versión oficial sobre lo que ocurrió años atrás. Esta nueva generación comprende, de forma instintiva y ética, que la verdadera justicia no se basa en el poder ni en la tradición, sino en la moralidad y la compasión. La novela deja claro que el cambio, la reparación y la posibilidad de una sociedad más justa vendrán de quienes se atreven a mirar con otros ojos. En ellos reside la esperanza de que el mundo puede cambiar para mejor basada en el hecho de que no repetirán los mismos errores y que, más aún, son capaces de aprender de los propios.
MDZS es sumergirse en una narrativa que combina acción, intriga política, tragedia y filosofía. Es también dejarse llevar por una prosa que alterna entre el humor y la tristeza, entre lo épico y lo íntimo. La autora logra crear un universo coherente, vivo y vibrante, con una construcción de mundo fácil de entender, donde cada personaje secundario tiene historia, cada decisión tiene consecuencia y cada símbolo tiene múltiples lecturas.
La novela no necesita disculpas por ser un romance entre hombres o de origen chino, es una gran obra porque habla de lo que importa; porque nos recuerda que la guerra no es solo una disputa de armas, sino también de ideas; que la justicia no siempre viene de quienes la proclaman. Y que, a veces, los héroes son aquellos que son llamados villanos por el simple hecho de haber amado, ayudado o protegido a los marginados. MDZS no pide que aceptes sus reglas: te invita a cuestionarlas.
 
				 
															


