“Pesadilla en la calle Elm” (1984, A Nightmare on Elmer Street), nacida de la inquieta imaginación del maestro del terror Wes Craven, acaba de cumplir 40 años. En pleno 2024 revisitar esta película es como enfrentarse de nuevo a los miedos de la infancia: esa figura de rostro quemado y guantes con cuchillas que nos aterrorizó durante años. Verla en pantalla grande (en una función especial de Cinépolis por su aniversario) potencia aún más su horror: la oscuridad de la sala, el sonido envolvente y el eco de los gritos, mientras irrumpe la sombra de un personaje que se volvería canónico en el cine de terror.
Este primer Freddy Krueger (Robert Englund) es una figura puramente aterradora, un símbolo del sadismo y el peligro latente en lo más profundo del subconsciente colectivo. Su presencia es inquietante y su falta de palabras amplifica el horror que trae consigo. No hay ironía en este Freddy, solo una amenaza primitiva y silenciosa, no es aún el ser “carismático” que luego veríamos en las secuelas.
La trama de la historia es sencilla y gira en torno a Nancy Thompson (Heather Langenkamp), una quinceañera que junto a su grupo de amigos empieza a compartir extraños sueños sobre un asesino en serie que los persigue y atormenta. Thompson es hija de un policía terco y una madre alcohólica. Su grupo de amigos se compone de Tina (Amanda Wyss), una joven que quiere divertirse con el chico malo de la escuela, Rod (Jsu García), y su vecino de enfrente, Glen (Johnny Depp), el tipo bueno enamorado de ella.
Tras la muerte de Tina a manos de Freddy, aparece la verdadera pesadilla para Nancy: nadie le cree o escucha. No sólo huye de un monstruo en sus horribles sueños, sino de una vida donde los adultos son figuras vanas, ineficaces y ausentes. Ella, la única que comprende lo que de verdad ocurre, se resiste a dormir y comienza una batalla consigo misma, lucha contra su cuerpo y la necesidad biológica de cerrar los ojos, mientras los adultos a su alrededor la abandonan y la dejan aún más vulnerable.
Al otro lado del espejo, el protagonista de sus pesadillas se presenta como un hombre sádico y violento, una pulsión casi animal que quiere devorarla. Con las mujeres Freddy se comporta como un violador, las arrincona y las ataca. Con los hombres en cambio, es rápido y letal como un despiadado asesino.
Pero todavía nuestro villano no tiene la “personalidad” que irá adquiriendo en las siguientes películas. Es solo un ente, una presencia que te persigue y quiere hacerte sufrir. Su origen, según se cuenta en la cinta, es el de un pedófilo y asesino de niños, quemado por padres desesperados. Freddy Krueger, en este sentido, encarna el lado más oscuro de una sociedad incapaz de proteger a sus más vulnerables, y en su aparición, devela que a veces el horror no solo habita en los sueños, sino en la vida misma.
Craven dibuja este duelo entre realidad y pesadilla con una habilidad precisa. Las transiciones confunden lo real y lo irreal, y hacen que el espectador quede atrapado en un juego de sombras. El uso del sonido también es un acierto innegable: las garras de Freddy rasgando el metal o el pulso ominoso de los sintetizadores de la banda sonora que acompaña las escenas más intensas, crean un ambiente cargado de ansiedad que nos sumergen en la sensación de indefensión de los adolescentes.
Precisamente “Pesadilla en la calle Elm” 40 años después, sigue funcionando como una alegoría sobre la fragilidad de la juventud y el abandono de los adultos, un espejo de un mundo donde los verdaderos monstruos no siempre habitan en los sueños. El mensaje al final del filme es claro en este sentido: no todo se desvanece al despertar, y algunos horrores viven, invisibles, en el mundo real.