Cada vez que alguien habla de Squid, tres imágenes vienen a mi cabeza:
- La primera vez que escuché la canción ‘The Cleaner’ de la banda.
- Pancho, mi ex roomie, diciendo que el vocalista canta como Krusty el Payaso
- Y el tan elocuente mensaje de WhatsApp que Seba Amado, nuestro matarife, me envió cuando terminó de escuchar por primera vez el último disco de la banda: “Es demasiada hueá junta, jajajajaja. Anoche no pude escuchar nada más después”.
Ese disco era O Monolith (2023, Warp) y esa conversación era la que teníamos sobre la selección de los mejores discos del año pasado. Al final el impresionante trabajo de Squid no quedó en la lista definitiva, pero eso probablemente fue culpa de lo difícil de clasificar que se volvió el grupo.
La escena post-punk-post-Brexit británica tuvo su explosión y cada agrupación tomó cierto lugar en el espectro. IDLES son actualmente los más famosos, pero bandas como Black Country, New Road tomaron un reconocido sabor más emo, algo parecido le pasó a Dry Cleaning que se distinguió con su voz spoken-word (lee nuestra reseña de su concierto aquí) y a Fontaines D.C. con su rock más literario (del que ahora están intentando escapar con su último single, Starbuster) incluso a black midi con sus riffs angulares y alocado sonido progresivo.
Todas esas bandas fueron encasilladas dentro del género post-punk de Inglaterra, pero cada una se especializó más, al punto de hacer más difícil su definición. Squid pasó por algo parecido, pero llegó a un territorio inexplorado.
‘The Cleaner’ fue la primera canción que escuché de ellos y parecía que estos tipos venían con una propuesta clara: los Talking Heads pero más enojados. Esa canción en específico tenía una letra muy David-Byrnesca: un conserje que limpia una vez que todos se han ido, un conserje al que nadie conoce, porque no tiene que ver ni reconocer a nadie, solo limpia y aprovecha de bailar en el edificio vacío. Hace recordar el título del que hasta el momento es el mejor disco de IDLES, Joy as an Act of Resistance. El goce como acto de resistencia. No de rebeldía, pero sí de resistencia. Una viñeta pequeña que muestra más de lo que aparenta.
Eso fue el año 2019. Para el año 2021 Squid había lanzado más singles y se preparaba para presentar su primer disco, Bright Green Field. Al escuchar ese trabajo, fue bastante obvio que Squid había cambiado. El Squid versión 2019 se quedó en 2019 con el EP Town Centre y con el single ‘Houseplants’: los Squid versión 2021 habían abrazado mucho más los pasajes atmosféricos rítmicos y las letras cada vez más cienciaficcionadas, como demuestran en ‘G.S.K.’ que a modo de bienvenida al disco te habla de un páramo post-apocalíptico controlado por una farmacéutica y donde la única forma de saber la hora es cuando el sol se oculta.
As the sun sets on the GlaxoKline
Well, it’s the only way that I can tell the time
Por otro lado el cierre del álbum, ‘Pamphlets’, habla de una persona cada vez más aislada de la sociedad por la propaganda que recibe constantemente desde los panfletos que invaden su vida.
Bright Green Field es una crítica poco velada a la sociedad consumista moderna, descrita por un imaginativo grupo de locos raros que pueden mezclar ritmos intrincados con historias del infierno socioeconómico en el que habitamos. Bajo esta descripción, de alguna forma podríamos seguir refiriéndonos a los Talking Heads, pero con su disco del año pasado, Squid deja claro que esa comparación está obsoleta.
O Monolith es un álbum con más espacio, con un sonido que deja de lado el atrape de su obra anterior y lo intercambia por un paisaje más amplio pero también más esquivo. Su música es más bucólica pero sus temáticas, si bien menos directas, siguen disparando fuerte. ‘Siphon Song’ presenta una voz robótica que habla sobre despertarse y ver de inmediato las noticias que te preguntan: “¿ya viste los cuerpos?”. ‘Undergrowth’ habla sobre la posibilidad de reencarnación y qué pasa si uno reencarna en un mueble. Y si bien ‘The Blades’ toca temas sobre abuso policial, su video oficial vuelve a los clásicos de Squid: una persona atrapada en el aburrimiento y burocracia del mundo moderno.
Este disco no es tanto un viaje como sí es un paseo, y precisamente esa falta de definición primaria es la que los termina de alejar de cualquier banda contemporánea. Dejaron oficialmente de ser los Talking Heads enojados (un puesto que alegremente tomaron los también ingleses de Yard Act) y pasaron a ganarse el nombre de ser los primeros Squid.
Es en este punto de inflexión en el que los Squid tocarán esta semana en suelo nacional. Como bien dice Sheryl Waters de KEXP (al finalizar esta sesión) verlos en vivo es como ver niños jugando con una caja de juguetes. Algo que hace sentido si pensamos en la cantidad de capas musicales que pone, una encima de otra. Suenan a algo que no sabes bien qué es; te puede gustar o no, pero no los puedes pasar por alto. O sigues o te vas. O como se dice en el sur: sin paciencia no hay calamar.